El fanático es de mente inestable. Tiene miedo de escuchar versiones contrarias porque piensa que le arrebatarán la propia. Tiene miedo a ser convencido porque realmente no lo está. Todavía está tratando de convencerse a sí mismo de lo que piensa.
Y no te emociones si has leído esto y se te ha hinchado el pecho creyendo que tú no estás en ese grupo, que los fanáticos son otros. Eso es también cierta forma de fanatismo.
Fanáticos somos todos. Al menos en este punto de la historia de esta humanidad.
La vida es el fracaso constante en intentar convencernos de lo que pensamos. Somos fanáticos que se ablandan a base de desilusiones. Des-ilusiones. El proceso de descubrir que no era verdad lo que nos contábamos.
La vida es el proceso de madurar, de hacerse adulto, de construir relatos para luego soltarlos, de emprender caminos para luego abandonarlos.
El fanatismo es una especie de estadio inicial en el desarrollo de la mente y del individuo, una etapa en la que éste necesita remarcar su individualidad, su diferencia, en la que necesita oponerse a otros para fortalecer su propia individualidad. Algo así como la adolescencia. Conocemos la adolescencia de un humano, pero no conocemos la adolescencia de la humanidad. Porque, como adolescentes que somos, niños tardíos, no tenemos conciencia de la amplitud de la vida, no tenemos conciencia de que existe algo más allá de nosotros, no sólo algo a lo que oponernos, no sólo un mundo externo hostil y en el que abrirse hueco, sino todo un universo entrelazado en el que nosotros somos también una parte. Ciclos cósmicos que se repiten a pequeña escala en las vidas humanas, pero que no somos capaces de concebir, como adolescentes que somos.
Independientemente de la edad que tengamos como individuos, somos adolescentes como humanidad.
Uno no puede saber de qué va el camino sin haberlo transitado. Cree el adolescente que define su propio mundo, pero no se da cuenta de en qué medida está ya éste definido, en qué medida trata de dibujar sus trazos sobre unas pautas marcadas por las galaxias. No puede concebirlo, sería un atentado contra SU libertad. Necesita creerse amo de su vida, explorar esa posibilidad, diferenciarse, construir su individualidad, incluso su aislamiento, antes de tomar conciencia de ser parte.
La búsqueda espiritual es también una especie de adolescencia. Un retiro del mundo, una necesidad de soledad, un anhelo de compañeros afines. Es una experimentación más del fanatismo. La necesidad de aferrarse a un camino diferente, a un futuro iluminado, a un sentido de la vida más trascendente. Pero representa ya, en muchos casos, una adolescencia tardía, que aspira a ser adulta, una búsqueda que ya no quiere ser lo que piensa, que quiere saber lo que ES más allá del pensamiento. El buscador espiritual también busca su identidad, como el adolescente. Pero se cree más avanzado porque busca en otro nivel.
Eso es como el adulto que se cree adulto por jugar al golf y no a las muñecas. Como si fuesen diferentes los juegos de niños y de adultos, como si lo del adulto ya no fuese jugar, fuese mucho más serio...
La vida es juego. La existencia es juego. Hay niveles de juego, por supuesto, pero todo es juego. Hay jugadores que se lo toman en serio, por supuesto, pero es un juego.
El árbitro también juega. El que vende las entradas también juega. El dueño de la cancha también juega. Y hacerse adulto pasa más por asumir esto que por dejar de jugar. Un adulto que deja de jugar es un adulto que juega a dejar de jugar. Es imposible. La existencia es un juego, y cuando creemos que no es porque aún no nos hemos dado cuenta del nuevo juego en el que estamos. Una obra de teatro también decimos otras veces. Un sueño dicen los grandes maestros.
La vida es un juego, pero hay que jugar tan en serio como los niños, que aún sabiendo que es un juego, lo ponen todo en cada partida.
Cada pieza tiene su función en el juego. No puede el peón ser reina, ni la reina peón, y ninguno tiene un destino más desgraciado que el otro visto desde fuera del juego. Desde dentro sí, claro. Por eso el peón quisiera ser reina y la reina, a veces, peón. A veces de verdad, otras de mentirijilla. Porque odiarse a sí mismo o a su propia suerte es también una forma de reafirmarse. Pero a veces, de verdad uno quisiera ser el otro. Porque la reina tiene desgracias que el peón no conoce, y al revés. Por eso a veces juegan también a intercambiar roles, para poder comprender, desde dentro, que ninguno es mejor ni peor, que ambos son parte del juego, que el juego, sin ambos, no existiría, o sería muy diferente. Creer que el papel del otro es mejor forma parte solamente de una idealización.
Pero esa es una visión del jugador experimentado, del que ya ha podido vislumbrar su propio fanatismo.
Por eso también cabe decir que ni siquiera es malo ser fanático. El fanatismo es, visto desde algún lugar, el empeño sagrado del jugador que se deja la piel en el juego. El jugador que quiere encarnar su personaje, dar lo mejor de sí.
El fanatismo es la capacidad de convencernos de nuestras ensoñaciones, que son al fin y al cabo los sentidos que damos a la vida. Aunque también puede que nos suene mal esta frase si nos hemos convertido en fanáticos de que las ensoñaciones son malas y solo queremos "la realidad". 😆
Tiernos humanos, atrapados en el laberinto del que no podemos salir, pues el laberinto es lo que somos. Al terminar un juego queremos otro, como Dios. ¿Qué haríamos si no?
El fanatismo es todo lo que tenemos mientras no alcanzamos una visión más amplia que nos permita jugar con mayor perspectiva.
Desde dentro del juego, todo lo que pasa en el juego es importante, desde fuera no es nada. El juego es todo para el niño, pero es nada para la madre que lo ve jugar. Pero la madre también está inmiscuida en su propio juego...
Juego dentro del juego dentro del juego...
Vivir es ir madurando y desilusionarse de los propios juegos, pero también es volver a emocionarse con otros nuevos, volver a ser niño, encontrar de nuevo el encanto de jugar. Y volver a perderlo. Nacer y morir, y renacer... Empezar de nuevo cuando todo está acabado.
Descubrir que la meta no es la meta, lo mejor es estar caminando.
Disfruta del juego.
(O disfruta del juego de no disfrutar.)
😁