Sedientos expertos en agua


Las palabras no tienen poder si no están imbuídas por el espíritu. Es el espíritu el que les otorga el poder. A las palabras que lees y escribes, a las palabras que escuchas y a las que pronuncias.

A veces somos capaces de percibir poesía en una frase cotidiana, y otras no logramos sintonizar con el sentir profundo recogido en un texto sagrado. En ocasiones, regresamos a un libro que había desencadenado en nosotros una experiencia mística pero, de vuelta sobre las mismas hojas, no hallamos lo que veníamos a rescatar.

No es la palabra la que abre las puertas del cielo, es el estado desde el que uno se acerca a ellas, lo que uno está preparado en ese momento para revelarse en ese espejo. Sin esta apertura, uno sobrevuela los textos sin exprimir su jugo. Uno va de una palabra a la siguiente sin adentrarse hacia el lugar desde el que emanan.

El secreto está a la vista, pero es invisible.  La puerta está al alcance de todos, pero pocos la reconocen como tal.

Uno cree que al final del párrafo, al final del capítulo, al final del libro está la respuesta. Uno cree que cuanto más avanza más sabe. Pareciese que sobre una base se van adquiriedo cada vez conocimientos más complejos. Y es verdad. Pero eso no es lo que buscamos en el fondo, por eso siempre nos quedamos con sed. Sed de más, sed de lo más complicado, sed del siguiente nivel, del próximo grado, de la máxima maestría. 

Olvidamos muy fácilmente que el elixir no está en la superficie, sino en el núcleo. Conservamos e incrementamos nuestra sed sencillamente porque no bebemos.

Describimos el agua, la observamos desde distintas perspectivas, la miramos con el microcopio, analizamos sus elementos... Estudiamos la forma más adecuada de tragar, la forma óptima que ha de tener el vaso, el color más recomendado... ¡pero no bebemos! 

Al lado de la fuente del agua divina nos deshidratamos en el desierto de nuestras sapientísimas mentes, tratando de comprender qué falla, qué avance todavía no hemos alcanzado, qué invento podemos traer del futuro para solucionar nuestro problema de sequía.

La palabra no es el agua, es el vaso.

Quizá, si tantas vueltas le damos al vaso, es que no tenemos tanta sed. 

Quien tiene sed, se deja de tonterías... y bebe.




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El juego del fanatismo


El fanático es de mente inestable. Tiene miedo de escuchar versiones contrarias porque piensa que le arrebatarán la propia. Tiene miedo a ser convencido porque realmente no lo está. Todavía está tratando de convencerse a sí mismo de lo que piensa.

Y no te emociones si has leído esto y se te ha hinchado el pecho creyendo que tú no estás en ese grupo, que los fanáticos son otros. Eso es también cierta forma de fanatismo.
Fanáticos somos todos. Al menos en este punto de la historia de esta humanidad.

La vida es el fracaso constante en intentar convencernos de lo que pensamos. Somos fanáticos que se ablandan a base de desilusiones. Des-ilusiones. El proceso de descubrir que no era verdad lo que nos contábamos.

La vida es el proceso de madurar, de hacerse adulto, de construir relatos para luego soltarlos, de emprender caminos para luego abandonarlos. 

El fanatismo es una especie de estadio inicial en el desarrollo de la mente y del individuo, una etapa en la que éste necesita remarcar su individualidad, su diferencia, en la que necesita oponerse a otros para fortalecer su propia individualidad. Algo así como la adolescencia. Conocemos la adolescencia de un humano, pero no conocemos la adolescencia de la humanidad. Porque, como adolescentes que somos, niños tardíos, no tenemos conciencia de la amplitud de la vida, no tenemos conciencia de que existe algo más allá de nosotros, no sólo algo a lo que oponernos, no sólo un mundo externo hostil y en el que abrirse hueco, sino todo un universo entrelazado en el que nosotros somos también una parte. Ciclos cósmicos que se repiten a pequeña escala en las vidas humanas, pero que no somos capaces de concebir, como adolescentes que somos.

Independientemente de la edad que tengamos como individuos, somos adolescentes como humanidad.

Uno no puede saber de qué va el camino sin haberlo transitado. Cree el adolescente que define su propio mundo, pero no se da cuenta de en qué medida está ya éste definido, en qué medida trata de dibujar sus trazos sobre unas pautas marcadas por las galaxias. No puede concebirlo, sería un atentado contra SU libertad. Necesita creerse amo de su vida, explorar esa posibilidad, diferenciarse, construir su individualidad, incluso su aislamiento, antes de tomar conciencia de ser parte.

La búsqueda espiritual es también una especie de adolescencia. Un retiro del mundo, una necesidad de soledad, un anhelo de compañeros afines. Es una experimentación más del fanatismo. La necesidad de aferrarse a un camino diferente, a un futuro iluminado, a un sentido de la vida más trascendente. Pero representa ya, en muchos casos, una adolescencia tardía, que aspira a ser adulta, una búsqueda que ya no quiere ser lo que piensa, que quiere saber lo que ES más allá del pensamiento. El buscador espiritual también busca su identidad, como el adolescente. Pero se cree más avanzado porque busca en otro nivel.
Eso es como el adulto que se cree adulto por jugar al golf y no a las muñecas. Como si fuesen diferentes los juegos de niños y de adultos, como si lo del adulto ya no fuese jugar, fuese mucho más serio...

La vida es juego. La existencia es juego. Hay niveles de juego, por supuesto, pero todo es juego. Hay jugadores que se lo toman en serio, por supuesto, pero es un juego. 
El árbitro también juega. El que vende las entradas también juega. El dueño de la cancha también juega. Y hacerse adulto pasa más por asumir esto que por dejar de jugar. Un adulto que deja de jugar es un adulto que juega a dejar de jugar. Es imposible. La existencia es un juego, y cuando creemos que no es porque aún no nos hemos dado cuenta del nuevo juego en el que estamos. Una obra de teatro también decimos otras veces. Un sueño dicen los grandes maestros.


La vida es un juego, pero hay que jugar tan en serio como los niños, que aún sabiendo que es un juego, lo ponen todo en cada partida.



Cada pieza tiene su función en el juego. No puede el peón ser reina, ni la reina peón, y ninguno tiene un destino más desgraciado que el otro visto desde fuera del juego. Desde dentro sí, claro. Por eso el peón quisiera ser reina y la reina, a veces, peón. A veces de verdad, otras de mentirijilla. Porque odiarse a sí mismo o a su propia suerte es también una forma de reafirmarse. Pero a veces, de verdad uno quisiera ser el otro. Porque la reina tiene desgracias que el peón no conoce, y al revés. Por eso a veces juegan también a intercambiar roles, para poder comprender, desde dentro, que ninguno es mejor ni peor, que ambos son parte del juego, que el juego, sin ambos, no existiría, o sería muy diferente. Creer que el papel del otro es mejor forma parte solamente de una idealización.
Pero esa es una visión del jugador experimentado, del que ya ha podido vislumbrar su propio fanatismo.

Por eso también cabe decir que ni siquiera es malo ser fanático. El fanatismo es, visto desde algún lugar, el empeño sagrado del jugador que se deja la piel en el juego. El jugador que quiere encarnar su personaje, dar lo mejor de sí.
El fanatismo es la capacidad de convencernos de nuestras ensoñaciones, que son al fin y al cabo los sentidos que damos a la vida. Aunque también puede que nos suene mal esta frase si nos hemos convertido en fanáticos de que las ensoñaciones son malas y solo queremos "la realidad". 😆

Tiernos humanos, atrapados en el laberinto del que no podemos salir, pues el laberinto es lo que somos. Al terminar un juego queremos otro, como Dios. ¿Qué haríamos si no?

El fanatismo es todo lo que tenemos mientras no alcanzamos una visión más amplia que nos permita jugar con mayor perspectiva.

Desde dentro del juego, todo lo que pasa en el juego es importante, desde fuera no es nada. El juego es todo para el niño, pero es nada para la madre que lo ve jugar. Pero la madre también está inmiscuida en su propio juego...

Juego dentro del juego dentro del juego...

Vivir es ir madurando y desilusionarse de los propios juegos, pero también es volver a emocionarse con otros nuevos, volver a ser niño, encontrar de nuevo el encanto de jugar. Y volver a perderlo. Nacer y morir, y renacer... Empezar de nuevo cuando todo está acabado.

Descubrir que la meta no es la meta, lo mejor es estar caminando.

Disfruta del juego.
(O disfruta del juego de no disfrutar.)
😁





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La vida es dualidad.


La separación es un constructo en la mente humana. Nada está realmente separado en el sentido que nosotros lo concebimos. La división es a la vez unión.

En la naturaleza no hay muros impenetrables, hay membranas. Aquello que separa es también aquello que une. No hay puertas cerradas, no hay hermetismo, todo está en intercambio con todo.

Esa es la respiración. Ese intercambio, esa puerta que se abre y se cierra, pero nunca por completo. Nunca se abre totalmente, nunca se cierra totalmente.

La puerta totalmente abierta es la muerte por dispersión, la desaparición de la célula, la disolución en el uno.

La puerta totalmente cerrada es la muerte por contracción, la asfixia, el aire viciado, la cuenta atrás. 

La vida es intercambio, es equilibrio, es dualidad. Ni uno ni otro, los dos. Danzando, jugando a matarse, pero cediendo en el momento crítico. El momento crítico es cuando todo se vuelca hacia uno de los polos, cuando el cierre es demasiado, cuando la apertura es muy amplia. 

Vivir es respirar. Inspirar, espirar. El aire retenido asfixia, el vacío de aire también. Vivir es el equilibrio, la fluidez, la dualidad viva que no permite elección. Cuando vas a elegir uno, ya cambió, ya es el otro. 

El humano, queriendo dividir las cosas, queriendo hacer compartimentos, queriendo separarse del otro, queriendo definir perfectamente los límites, sin fugas, es un humano desconectado. O mejor dicho, desacompasado. Porque separado no puede estar, no existiría. 

El humano que delimita es el humano desacompasado, porque trata de aferrarse a una forma fija, trata de conservar un fotograma, trata de encontrar solidez en la forma, trata de encontrar solidez en el río. El río nunca es el mismo, ni siquiera congelado es el mismo. 

El humano que pone su atención en formas fijas vive siempre por detrás del ritmo de la vida, tratando de capturar el momento que ya ha pasado, tratando de definir el futuro en base a una comprensión que ya está obsoleta. 

En el momento en que algo se comprende, está listo para ser soltado. El aire que se toma no es para ser retenido, es para ser liberado. Cuando la inspiración llega a su término comienza la espiración. Y en el punto entre ambas está el infinito, el hueco de la puerta que nunca se cierra y nunca de abre del todo. 

Todo está comprendido pero nada es totalmente comprensible.
Nunca se revela de todo el misterio.
Esa es la vida, una puerta que se abre entre dos muertes.



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Comprender a los demás. Las gafas de colores.


¿Estás harto de discutir? ¿Harto de no ser comprendido?

Pero harto de verdad, eh, no un poquito harto y dispuesto a continuar en la queja y la repetición del mismo ciclo, no harto de que el otro no dé su brazo a torcer, no, harto de verdad, harto como para probar algo diferente, harto como para atreverte a cuestionar lo que piensas y estar dispuesto a comprender al otro en lugar de tratar de convencerle tú.

Empiezo preguntándote esto porque si realmente queremos abandonar los enfrentamientos es esencial hacerse preguntas de este estilo:

¿Cómo puede ser que yo esté tan convencido de que la vida es así, y esa otra persona esté tan convencida de que la vida es de esa otra manera? ¿Quién me dice que el equivocado es él? ¿Quién me dice que el que tiene la verdad soy yo? O incluso, ¿quién me dice que no estamos equivocados los dos? Para mí es obvio que la realidad es así como yo la veo, pero para él no parece menos evidente que la realidad es como él la ve. ¿Cómo es esto posible?

Es decir, es necesario soltar nuestro intento de convencer al otro de lo que nos parece indudable y mirar de nuevo, cuestionarnos si realmente lo vemos tan claro, o necesitamos asegurarnos de ello.

A veces, con nuestra mejor intención, queremos abrir los ojos a los demás, sin darnos cuenta de nuestra propia ceguera. Y claro, no funciona.


Aquí una pista sobre lo que sucede:




Todos llevamos nuestras gafas de colores, nuestras gafas únicas, totalmente personalizadas que nos hacen percibir el mundo de un color diferente al de cualquier otro ser humano. Esto suena maravilloso, ¿no? Unas gafas totalmente exclusivas que nadie más sobre la faz de la tierra se ha probado jamás... El problema surge debido a que estas no son unas gafas cualquiera, y no nos las quitamos ni para dormir... Estamos tan familiarizados con ellas que no sabemos que las llevamos. Es decir, creemos que el mundo es de ese color que nosotros lo vemos, sin ser conscientes del cristal tintado que llevamos delante de los ojos.

Tomar conciencia de esto es dar un salto cuántico. Ser capaz de "salir de uno mismo" y mirar al mundo desde una perspectiva más amplia, que sea susceptible de ser revisada y de incluir otras, de ser incluida junto a otras, recibidas en la interacción con los demás.


Creer que uno tiene la verdad, es quedarse encerrado en su propia mentira.


Todas las leyendas tienen algo de verdad, se dice, pero es muy pequeño ese fragmento si la leyenda es un relato personal, que incluye solamente la visión propia.

Alguien dijo alguna vez que "no vemos las cosas como son, las vemos como somos." Las vemos como creemos ser, las vemos del color del cristal de nuestras gafas.


Las gafas que cada uno lleva son en gran parte, un "regalo" de nuestro entorno. Se van coloreando a través de la educación, la cultura y demás conjuntos de creencias que heredamos de aquellos con los que crecemos.

Estas gafas son una limitación, ya que, de todo el espectro de colores de la realidad, nos limitan la percepción a uno solo de ellos. Si la realidad es multicolor, nosotros sólo podemos verla del color de las lentes que llevamos puestas.

De esta forma, las gafas nos dan seguridad, nos dan un contexto, una sensación de pertenencia, ya que otros, que llevan unas de la misma tonalidad, nos confirman que es verdad lo que decimos. Así, si con nuestras gafas verdes vemos el mundo verde, somos del grupo de los verdes. Los otros, los de las gafas rojas que ven el mundo rojo, son del grupo de los rojos.

Me creo que tengo razón porque otro con el mismo filtro dice que ve lo mismo. Me agrupo con "los míos" y me distancio de los que difieren en su percepción del mundo, porque amenazan la mía. Los que ven el mundo rojo amenazan mi visión verde, porque en el fondo, ni yo mismo me la creo. Por eso, como digo, necesito a los demás "verdes", ellos son el apoyo a mi visión falsa, que no se sostiene por sí misma.




Si me rodeo de "rojos" tendré grandes disputas, o bien acabaré creyendo en su "rojología" o bien (tercera opción, poco transitada) veo la "verdología" y la "rojología" como meras opciones y descubro la maravilla multicolor de la realidad.

Si queremos ver la realidad tal cual es, no se trata de cambiar de gafas, de ponerse unas nuevas del color de moda, sino de quitárnoslas y mirar sin ellas. Así tomaremos conciencia de nuestro filtro y también del de los demás, podremos entender por fin cómo es posible que viésemos los mismos elementos de modos tan diferentes, y tendremos recursos nuevos para explicar nuestro parecer y sus limitaciones, así como las de los demás. Por fin conocemos la empatía. Ahora sí podremos probarnos los anteojos de otros y ya no será una amenaza, sino todo lo contrario, será una oportunidad de expansión, ya no tendremos miedo de lo que el otro percibe, sino curiosidad por saber cómo ve, porque siempre será distinto a cómo lo vemos nosotros. Ahora podemos colaborar en lugar de competir. Podemos compartir una misma visión, a la vez que repetamos nuestras visiones diferentes del mundo.




La verdad no necesita confirmación. El buscar la opinión del otro para consolidar la mía no es más que una muestra de la debilidad de mi propia visión. Cuando necesito que otro dé el visto bueno a lo que yo percibo, es porque ni yo mismo me lo creo, y cuando el otro me dice que ve lo mismo lo doy por cierto, confío en mi propia percepción sin confirmarla.

Solamente es verdad lo que sé con total certeza, lo que no necesito creer, lo que no necesito confirmar, lo que no necesita que nadie lo respalde, ni siquiera yo. Si la visión del otro amenaza la mía, bienvenida sea, me invita a descubrir mis filtros, las bases sobre las que apoyo mi concepción del mundo. Si fuesen lo suficientemente firmes, los suficientemente amplias, la visión del otro tendría un hueco donde ser incluida. Si tengo que defender la mía para que la del otro no se imponga, o si necesito la suya para apoyarme en ella, entonces es que me estoy parando en un mirador muy limitado.

Ojo, limitado no quiere decir malo, quiere decir que hay otros más amplios. La visión limitada, el criterio particular tiene sus ventajas, tiene su riqueza de matices y no es necesario desdeñarlo. La capacidad de tener una perspectiva propia es exquisita, en especial cuando esta puede combinarse, ajustarse y ampliarse a través de otras. Cuando puede aprovecharse como un aporte único pero que no necesita ser EL único, una visión exclusiva pero que no necesita excluirse ni excluir a las demás. La combinación de lo propio y lo ajeno, de lo particular y lo global, de la parte con el todo, es lo que hace verdaderamente intresante este ver, verdaderamente rica esta experiencia. Esta es una lección para toda la vida.

Guarda un espacio para tu visión, pero no te defiendas de las otras. Tu visión es un tesoro, pero es para compartirlo. Y no te preocupes, nadie necesita robarlo, todos tenemos uno. Y uno formamos entre todos, cuando abrimos la perspectiva de nuestra verdad.


VER DAD.

Dad el ver.

No lo impongáis.

No os encerréis en el.

No lo creáis solo vuestro.

No os lo guardéis.


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😎 

¿Qué me dices? ¿Ya habías descubierto tus gafas? 
Y si no, ¿estás dispuesto a partir de ahora a probar y quitártelas? 


Me encantaría leer tu visión en un comentario.

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"Agradezco que duela." El dolor de crecer.


- La contracción es señal de expansión. Si te sientes contraído es porque te estás haciendo mayor a aquello que ahora mismo te contiene.

- Duele.

- Duele... Permitamos que duela. Tiene derecho a doler. Tiene derecho a patalear esa parte que no sabe qué le ocurre... Quizás no necesita saberlo.

La semilla no necesita saber lo que es un árbol. Lo sabe, absolutamente, pero no se da cuenta, y no lo necesita. Brota. Se rompe. Le duele. Se lo permite, y entonces se transforma en lo que es, se vuelve testimonio de lo que sabe, sin saberlo. 
Si duele, permitamos que duela. Si no le vemos sentido, permitamos el sinsentido. Algo sucede, esa crudeza basta. La vida está latiendo en la semilla. Hay un saber mayor que viene al mundo a través de ella, tan pequeñita, desconocedora de lo grande que contiene en su minúsculo cuerpo de simiente. Ha de confiar en lo que sabe pero no sabe, en lo que no sabe a dónde la lleva, pero sin duda está sucediendo. Se rompe, es algo desconocido, entra una luz cegadora a la vieja oscuridad, una yema surge en su seno y quiere asomarse hacia ella, la vida se está activando en lo que parecía inerte... Un nuevo mundo nace mientras ella muere. Un nuevo ella nace mientras ella muere.

¡Qué dolor! ¡Qué curiosidad!
¡Qué contracción! ¡Qué amplitud!
Qué agobio, qué pequeño me queda lo que era. 
Qué miedo, qué grande me queda lo que empiezo a ser. 

Es el latido de la vida, muerte y nacimiento. El dolor ha de diluirse, ha de expandirse, el dolor desaparece con el permiso, no con la evitación. 
"Parirás con dolor" es un parir desconectado de la vida, es un parir sin querer parir, un parir con miedo al hijo, con miedo a lo que viene a expandir. El hijo no es la semilla, la semilla es la madre, que se rompe porque da a luz algo más grande. Parir es partirse, es morir para dar vida. Y esta es una capacidad de todo ser vivo. Atreverse a ser semilla, atreverse a ser la cáscara, para que algo nuevo emerja. Qué humilde y qué titánica misión. Todos lo podemos hacer, pequeños humanos que contenemos dentro universos.
Estamos embarazados.
¿Duele? Duele.
Inspira... espira...

Confía en lo que viene a matarte. Viene a darte una vida más grande.




Agradecimiento a @savetheletania, quien con su interacción tiró del hilo de esta inspiración, y además la resumió brillantemente en una frase digna de ser tatuada en el alma:

"Agradezco que duela".



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De coronas y soberanías.- Reflexiones de cuarentena.


El corona nos quita la corona y nos la vuelve a poner en otro lugar. Nos retira la corona del viejo personaje y nos entrega la corona del que somos de verdad.

El corona le quita la corona a los viejos reyes, y la devuelve a nuestra mano. Así nos recuerda que nosotros los coronamos.

Es el fin de la corona, el fin de la cabeza, tiempo de volver al cuerpo, tiempo de que el cuerpo reine.
Tiempo de reunir cielo y tierra, de enterrar la corona, de destronar a los dioses, de coronar a la tierra.

El corona nos aprieta los pulmones, nos quita todos los lujos para atender a lo básico, la respiración.
Todo en la vida es secundario, lo que prima es respirar.

La soberanía individual comienza por ser dueño de la propia respiración, y ser dueño de la propia respiración es protegerla de interferencias, es dejarla ser como es, sin prisa, sin pausa.
Ser soberano significa respetar la respiración, seguir su dictado y no el del cerebro. Que el cuerpo dicte y no la mente, el cuerpo, siempre conectado con su origen, siempre sabio a tiempo real.

El cuerpo guía a la mente. En caso contrario estamos perdidos.
La mente no puede enseñar al cuerpo a respirar. Es la mente la que ha de aprender.

Escuchar el ruido de la mente y sus ecos en el cuerpo, para entrar hacia el silencio. 
El silencio del cuerpo, donde todo es. 
El tiempo del cuerpo, donde todo es cuando es.

Atender el ruido de la mente antes de seguirlo. Escuchar las órdenes antes de cumplirlas. Recuperar la soberanía.

Sumergir la mente en el cuerpo, las ideas en la materia, la posibilidad en lo factible. Para que sea lo que es y dejar de perseguir imposibles.

Despertar, aterrizar. 

Dejar de castrar el cuerpo, la puerta a la realidad. 

El cuerpo que tú no habitas es susceptible de ser invadido.
Las realidades absurdas toman tierra cuando nosotros estamos en las nubes.

Sentarse.
Asentarse.
Estar.
Habitarse.
Dejar que la respiración suceda.

Ha tenido que venir un virus a recordarnos que respirar es ser soberano.

Ha tenido que venir un virus a recordarnos que vivir es respirar.



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Jesús el Cristo o Jesús el mito


El que idolatra a Jesús no puede conocerlo. 

El que le venera como a un maestro, como a un ser superior, inalcanzable, no puede verlo.

El que se maravilla en la cáscara de sus prodigios no puede saborear el fruto del milagro.

El que mira a Jesucristo como a un otro no puede atravesar el brillo de su halo. 

Quien se queda con los datos de su historia no puede comprender sus parábolas. 

Jesús dijo que el reino de los cielos ya se extiende sobre la faz de la tierra, pero los humanos siguen mirando arriba esperando que el reino llegue, o esperando que Jesús descienda de nuevo en su segunda venida. Alaban la imagen, la historia, pero no han comprendido el mensaje.

"Tu fe te ha sanado" pronunció Jesús, pero aquellos que le seguían creyeron que él era el sanador. Así comenzó el mito. 

Un mito que es velo y es vehículo. 

Velo para aquellos que no pueden verse a sí mismos al quedar cegados por la luz de su ídolo, pero que le llevan siempre consigo y predican sus palabras sin comprenderlas, siendo así vehículo de ellas para aquellos que en todos los tiempos tuvieron la oportunidad de comprenderlas y reflejarse en ellas.

De esta forma ha llegado su legado a través de los que no le comprendieron a aquellos que le pueden comprender.

Jesús puede ser un cuento o puedes ser tú.

Tú puedes ser un mito o puedes ser el Cristo.






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Te necesitamos, humano. Te necesitamos humano.


Te necesitamos, humano.
Te necesitamos humano.

Antes de necesitar lo que aportas, el servicio que prestas desde el lugar que ocupas o el cargo que desempeñas, te necesitamos humano.
Hijo de tus padres, padre de tus hijos, hermano de tus hermanos, vecino de tus vecinos, paisano de tus paisanos. Si esto es así, si tienes esto claro, si esta es tu prioridad, entonces sabemos que harás lo mejor que puedas en todo momento y lugar.

Vivimos momentos críticos, con un panorama del que no tenemos registro de algo similar, un desafío que requiere de nosotros una respuesta diferente a lo que estamos acostumbrados. Nuestras vidas están cambiando de un día para otro y este cambio se extiende por toda la Tierra, país tras país, dejándonos a todos en la misma situación. Una situación nueva que viene a mostrarnos, más sutilmente o menos, lo comunes que son nuestros problemas, lo comunes que lo eran ya antes, cuando no lo veíamos cegados por nuestras diferencias. Ahora vemos como los conflictos que veíamos en otros países, y que creíamos que nosotros no teníamos, simplemente estaban debajo de la alfombra.  Ahora vemos las consecuencias de nuestra ceguera, de nuestra irresponsabilidad. Una irresponsabilidad que se refleja, por supuesto, en nuestros gobernantes, que no solo no parecen mirar por nuestro bien, si no que en muchos casos, toman decisiones contrarias a él.

La situación ha cambiado y esto requiere un cambio en nosotros. Requiere tomar las riendas, hacerse cargo de la propia vida, cuidarnos a nosotros mismos, a nuestros hermanos de sangre y a nuestros hermanos humanos. Eso es lo prioritario.

Esta situación de cuarentena que se está estableciendo en todo el mundo, nos está obligando a tomar consciencia de asuntos que antes permanecían ocultos o no queríamos mirar. Se deja ver ahora lo "desamparados" que estamos, al darnos cuenta de que aquellos que considerábamos nuestros salvadores, o bien no tienen la capacidad de ayudarnos o bien, directamente, no están interesados en ello. Lo crudo de la situación, y que seguramente cuesta escuchar, es que no tienen por qué hacerlo. Nosotros les pusimos ahí donde están, les encumbramos, les colocamos por encima, les dimos nuestro poder, y ahora, por duro que suene, lo usan como les viene en gana. Era muy ingenuo creer que el gobierno nos mantenía a salvo. Ahora, el que más y el que menos, ve que tiene que buscarse la vida. Ya no sólo en su casa, en su intimidad, sino también en su trabajo, incluso en su trabajo público. Vemos como en muchos países el gobierno, por incapacidad o por decisión deliberada, no está cumpliendo con sus supuestas obligaciones y cada uno tiene que buscarse sus propios recursos, esos que esperaba que le fuesen proporcionados, esos que parecían garantizados.

Lejos de que esto nos invite a una revolución externa, que puede que también sea inevitable, nos invita a una revolución interna. Nos invita, y nos aprieta, a resolver nosotros aquellos asuntos que nos afectan directamente, nos impulsa a dar lo mejor, por uno mismo y por los demás, ya que, sin que sea retórico, esta vez es de verdad, es cuestión de vida o muerte.

Nos necesitamos como humanos, humanos que a la vez desempeñan sus funciones, por supuesto, pero humanos en primer lugar, humanos que se hacen responsables, humanos que se reconocen en el otro, que empatizan con su vecino, que ponen su corazón dentro y fuera del trabajo.

Cumplir con las obligaciones está muy bien, obedecer lo que el jefe estipula es en principio lo normal, pero estamos en momentos en que la normalidad está en entredicho. Estamos en momentos en los que la autoridad está siendo puesta en cuestión. No podemos seguir obedeciendo ciegamente directrices de otros, está bien organizarse, en grupos, en empresas, en equipos, en países, pero no podemos seguir dejando la responsabilidad en "los de arriba". En cada organización cada miembro es responsable, es responsable absoluto de la función que desempeña y de los actos que ejecuta. No podemos seguir matando (retóricamente o no) porque nos lo han ordenado, hemos de tener la suficiente visión y valentía como para negarnos a cumplir lo que traiciona el sentido común. Antes de ejecutar órdenes y protocolos tenemos que preguntarnos si esas indicaciones tienen sentido, si son coherentes y adecuadas a la situación, si realmente traen los beneficios que se teoriza que traen.

La responsabilidad es de todos y cada uno, y no hay más escapatoria.
Si morimos y continuamos muriendo es responsabilidad de todos y cada uno.
Si perdemos nuestros derechos y libertades es porque no asumimos las responsabilidades que conllevan.
Ahí donde estés, te necesitamos.
Ahí donde estés, te necesitamos humano.

Dejemos de traicionarnos a nosotros mismos y a nuestros hermanos por cumplir normas.
Primero la humanidad, el amor, la empatía, el sentido común, y desde ahí valorar si las normas dictadas van en ese sentido o no. Cumplir normas por defecto, porque vienen de alguien con lo que se llama autoridad, es una irresponsabilidad que comete el individuo.

Humano, despierta, tú también existes, tú también decides. No dejes tu existencia en manos de otros, no dejes que tus decisiones las tome otro, porque las consecuencias las sufres tú, las sufrimos todos.

Humano, te necesitamos aquí, presente, con voz, con voto, dispuesto a dar lo mejor que tienes, tanto si eso coincide con el protocolo como si no. Y sí, sí, ya sé que esto último suena muy irresponsable, pero vamos a demostrar que no lo es, vamos a demostrar que podemos obedecer normas coherentes pero que también podemos desobedecer aquellas que insultan nuestra inteligencia. Y que tampoco vamos a ser irresponsables porque sea "guay" porque "a mí nadie me dice lo que tengo que hacer", Ser rebelde en ese sentido es casi todavía peor que ser "responsable" por obedecerlo todo. Peor para uno mismo en primer lugar, por supuesto, no estamos hablando de moral, sino de inteligencia práctica.

Hay una situación complicada que todos compartimos, a ver qué haces al respecto, por ti y por los demás. Escuchando indicaciones y sugerencias, por supuesto, pero aplicando la inteligencia para elegir si las aplicamos o no.

Nadie va a venir a salvarnos, la espera mata. La realidad ya lo está diciendo, y lo dice cada vez más fuerte. Como siempre, aprendemos por las buenas o por las malas. Te escribo esto para que, si estabas despistadillo, te espabiles y lo sufras menos.

Cuento contigo, contigo despierto, contigo contando. ;)







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Unidad no es uniformidad. Sobre los movimientos sociales.


Unidad no es hacer todos lo mismo, es hacer cada uno lo que tiene que hacer.
Unidad no es hacer todos lo mismo a la vez, es hacer cada uno lo que tiene que hacer cuando lo tiene que hacer.

Más que adherirnos a eventos comunes en horas pautadas, es importante que cada uno se ponga en compás con el ritmo de su propio cuerpo. Escuchar el cuerpo, y no la mente. Meditar cuando tiene que meditar y no cuando lo marca una agenda. Cantar cuando la canción viene a la garganta y no cuando se monta la discoteca vecinal. Siempre hay buenas razones, aparentemente, para apoyar movimientos colectivos, si no no tendrían lugar. Pero, sin ánimo de ser aguafiestas, estas razones a veces son inteligentes y a veces no, a veces son puras y otras son puras manipulaciones. Si uno no está en sus cabales no podrá distinguir entre unas y otras, no podrá distinguir ni siquiera si le apetece o no le apetece, si es coherente con sus valores o no, si es realmente importante o hay otras cosas que merecen más la atención en este momento.
Es hora de escuchar lo que dice el cuerpo, y no lo bonito que suena el discurso.

Es tiempo de confinamiento, de reclusión, de ir hacia dentro. De seguir los propios tiempos. Son hermosas las iniciativas que nos unen a través de la distancia, pero siempre que no nos distraigan del foco, siempre que no las usemos como sustitutos para seguir huyendo del encuentro con nosotros mismos, como cuando el mundo funcionaba. Ahora que el mundo se ha detenido, seguimos mirando afuera si vivimos en el balcón, o colgados del teléfono móvil.

Sería un desperdicio que salgamos del encierro sin haber estado realmente en casa, sin haber entrado en nuestro hogar, sería terrible que sigamos igual cuando todo ha cambiado. Sería muy triste que todo nuestro empeño sea recuperar el mundo del que tanto nos quejábamos.

Es tiempo de detenerse, tiempo de mirarse, de estar con uno mismo, de abordar los asuntos internos para, desde ahí, abordar los externos, que no se presentan fáciles.

Son hermosos los eventos de balcón, algunos vecinos se han conocido ahora, se han mirado por primera vez... Es ya un acercamiento. Pero no podemos pasarnos la cuarentena mirando a la calle, por favor. No podemos pasarnos la cuarentena esperando que termine, no podemos pasarnos la cuarentena sin saber de qué va, buscando sustitutos para todo aquello que nos falta, sin saber cómo es vivir sin ello. Esta experiencia esconde un gran tesoro, no dejemos que pase delante de nuestras narices. Balcón sí, pero también salón, cocina, cama. Fiestas sí, música, poesía, juegos, pero quizás no todos los días, o quizás ninguno. ¿Qué dice el cuerpo?

Si cada uno se retira hacia dentro el tiempo que necesite, si cada uno se dedica a mirarse, no estaremos más distantes, estaremos paradójicamente más cerca. Y no porque nos hagamos videollamadas, sino porque nos reconoceremos.

Esta no es una propuesta de encierro, aunque el encierro ya está, y ya que está, ¿por qué huir de ello? Si ya estamos encerrados, ¿por qué no vivirnos así? Pero más allá de eso, esta es una propuesta de escucha, y que cada uno entre o salga al balcón, cante o permanezca en silencio, aplauda o golpee una cacerola sin sentirse culpable por hacerlo ni por no hacerlo, siendo soberano de sí mismo.

Propongo que nos atrevamos a ver que no necesitamos hacer lo mismo para estar unidos, que muchas veces es ese intento de unirnos a través de actos, eventos, planes, lo que nos mantiene distantes. Porque no podemos unirnos a otros sin estar en contacto con nosotros mismos. De poco vale sumar fuerzas en un acto externo si para ello tenemos que desoírnos para hacer lo que queda bien, que muchas veces, para más INRI, no beneficia a nadie.

Quiero encontrarme contigo en plena presencia, no sólo con tu cuerpo. Quiero que estés en tu cuerpo cuando estás conmigo. Quiero que estés conmigo porque estás bien conmigo y contigo, no porque habíamos quedado. Quiero que aplaudas a quien quieras y le llames héroe porque así lo sientes con todo tu ser y no porque se ha puesto de moda. Quiero que salgas al balcón porque te apetece cantar o porque te apetece tomar el aire, y no porque son las 20:00h.

Quiero que tus actos nazcan de ti. Quiero que des al mundo lo que tienes para dar, no lo que se supone que tienes que dar. Quiero que ilumines el mundo con tu presencia y no con la linterna del móvil o las luces de navidad. Que sí, ponlas si quieres, está bien, pero que los adornos adornen algo, que no todo sea adorno, que el disfraz lleve dentro una persona, y que la persona sepa que lleva un disfraz y lo disfrute.

Unidad no es uniformidad. Obedecer consignas sin cuestionarlas no es unirse, es estar enchufado a una cabeza tractora que no sabemos a dónde nos lleva.
La unidad no es que todos seamos iguales, es que cada uno sea como es, y encontrar ahí el punto en el que todo encaja, donde todos sabemos a dónde vamos porque cada uno sabe quién es y dónde está.

Para estar unidos primero hay que estar.



¿Hola?






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