Sedientos expertos en agua


Las palabras no tienen poder si no están imbuídas por el espíritu. Es el espíritu el que les otorga el poder. A las palabras que lees y escribes, a las palabras que escuchas y a las que pronuncias.

A veces somos capaces de percibir poesía en una frase cotidiana, y otras no logramos sintonizar con el sentir profundo recogido en un texto sagrado. En ocasiones, regresamos a un libro que había desencadenado en nosotros una experiencia mística pero, de vuelta sobre las mismas hojas, no hallamos lo que veníamos a rescatar.

No es la palabra la que abre las puertas del cielo, es el estado desde el que uno se acerca a ellas, lo que uno está preparado en ese momento para revelarse en ese espejo. Sin esta apertura, uno sobrevuela los textos sin exprimir su jugo. Uno va de una palabra a la siguiente sin adentrarse hacia el lugar desde el que emanan.

El secreto está a la vista, pero es invisible.  La puerta está al alcance de todos, pero pocos la reconocen como tal.

Uno cree que al final del párrafo, al final del capítulo, al final del libro está la respuesta. Uno cree que cuanto más avanza más sabe. Pareciese que sobre una base se van adquiriedo cada vez conocimientos más complejos. Y es verdad. Pero eso no es lo que buscamos en el fondo, por eso siempre nos quedamos con sed. Sed de más, sed de lo más complicado, sed del siguiente nivel, del próximo grado, de la máxima maestría. 

Olvidamos muy fácilmente que el elixir no está en la superficie, sino en el núcleo. Conservamos e incrementamos nuestra sed sencillamente porque no bebemos.

Describimos el agua, la observamos desde distintas perspectivas, la miramos con el microcopio, analizamos sus elementos... Estudiamos la forma más adecuada de tragar, la forma óptima que ha de tener el vaso, el color más recomendado... ¡pero no bebemos! 

Al lado de la fuente del agua divina nos deshidratamos en el desierto de nuestras sapientísimas mentes, tratando de comprender qué falla, qué avance todavía no hemos alcanzado, qué invento podemos traer del futuro para solucionar nuestro problema de sequía.

La palabra no es el agua, es el vaso.

Quizá, si tantas vueltas le damos al vaso, es que no tenemos tanta sed. 

Quien tiene sed, se deja de tonterías... y bebe.




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