Comprender a los demás. Las gafas de colores.



¿Cómo puede ser que yo esté tan convencido de que la vida es así, y esa otra persona esté tan convencida de que la vida es de esa otra manera? ¿Quién me dice que el equivocado es él? ¿Quién me dice que el que tiene la verdad soy yo? O incluso, ¿quién me dice que no estamos equivocados los dos? 

Para mí es obvio que la realidad es así como yo la veo, pero para él no parece menos evidente que la realidad es como él la ve. ¿Cómo es esto posible?

Es necesario soltar nuestro intento de convencer al otro de lo que nos parece indudable y mirar de nuevo, cuestionarnos si realmente lo vemos tan claro, o necesitamos asegurarnos de ello.

A veces, con nuestra mejor intención, queremos abrir los ojos a los demás, sin darnos cuenta de nuestra propia ceguera. Y claro, no funciona.


Aquí una pista sobre lo que sucede:




Todos llevamos nuestras gafas de colores, nuestras gafas únicas, totalmente personalizadas que nos hacen percibir el mundo de un color diferente al de cualquier otro ser humano. Esto suena maravilloso, ¿no? Unas gafas totalmente exclusivas que nadie más sobre la faz de la tierra se ha probado jamás... El problema surge debido a que estas no son unas gafas cualquiera, y no nos las quitamos ni para dormir... Estamos tan familiarizados con ellas que no sabemos que las llevamos. Es decir, creemos que el mundo es de ese color que nosotros lo vemos, sin ser conscientes del cristal tintado que llevamos delante de los ojos.

Tomar conciencia de esto es dar un salto cuántico. Ser capaz de "salir de uno mismo" y mirar al mundo desde una perspectiva más amplia, que sea susceptible de ser revisada y de incluir otras, de ser incluida junto a otras, recibidas en la interacción con los demás.


Creer que uno tiene la verdad, es quedarse encerrado en su propia mentira.


Todas las leyendas tienen algo de verdad, se dice, pero es muy pequeño ese fragmento si la leyenda es un relato personal, que incluye solamente la visión propia.

Alguien dijo alguna vez que "no vemos las cosas como son, las vemos como somos." Las vemos como creemos ser, las vemos del color del cristal de nuestras gafas.


Las gafas que cada uno lleva son en gran parte, un "regalo" de nuestro entorno. Se van coloreando a través de la educación, la cultura y demás conjuntos de creencias que heredamos de aquellos con los que crecemos.

Estas gafas son una limitación, ya que, de todo el espectro de colores de la realidad, nos limitan la percepción a uno solo de ellos. Si la realidad es multicolor, nosotros sólo podemos verla del color de las lentes que llevamos puestas.

De esta forma, las gafas nos dan seguridad, nos dan un contexto, una sensación de pertenencia, ya que otros, que llevan unas de la misma tonalidad, nos confirman que es verdad lo que decimos. Así, si con nuestras gafas verdes vemos el mundo verde, somos del grupo de los verdes. Los otros, los de las gafas rojas que ven el mundo rojo, son del grupo de los rojos.

Me creo que tengo razón porque otro con el mismo filtro dice que ve lo mismo. Me agrupo con "los míos" y me distancio de los que difieren en su percepción del mundo, porque amenazan la mía. Los que ven el mundo rojo amenazan mi visión verde, porque en el fondo, ni yo mismo me la creo. Por eso, como digo, necesito a los demás "verdes", ellos son el apoyo a mi visión falsa, que no se sostiene por sí misma.




Si me rodeo de "rojos" tendré grandes disputas, o bien acabaré creyendo en su "rojología" o bien (tercera opción, poco transitada) veo la "verdología" y la "rojología" como meras opciones y descubro la maravilla multicolor de la realidad.

Si queremos ver la realidad tal cual es, no se trata de cambiar de gafas, de ponerse unas nuevas del color de moda, sino de quitárnoslas y mirar sin ellas. Así tomaremos conciencia de nuestro filtro y también del de los demás, podremos entender por fin cómo es posible que viésemos los mismos elementos de modos tan diferentes, y tendremos recursos nuevos para explicar nuestro parecer y sus limitaciones, así como las de los demás. Por fin conocemos la empatía. Ahora sí podremos probarnos los anteojos de otros y ya no será una amenaza, sino todo lo contrario, será una oportunidad de expansión, ya no tendremos miedo de lo que el otro percibe, sino curiosidad por saber cómo ve, porque siempre será distinto a cómo lo vemos nosotros. Ahora podemos colaborar en lugar de competir. Podemos compartir una misma visión, a la vez que repetamos nuestras visiones diferentes del mundo.




La verdad no necesita confirmación. El buscar la opinión del otro para consolidar la mía no es más que una muestra de la debilidad de mi propia visión. Cuando necesito que otro dé el visto bueno a lo que yo percibo, es porque ni yo mismo me lo creo, y cuando el otro me dice que ve lo mismo lo doy por cierto, confío en mi propia percepción sin confirmarla.

Solamente es verdad lo que sé con total certeza, lo que no necesito creer, lo que no necesito confirmar, lo que no necesita que nadie lo respalde, ni siquiera yo. Si la visión del otro amenaza la mía, bienvenida sea, me invita a descubrir mis filtros, las bases sobre las que apoyo mi concepción del mundo. Si fuesen lo suficientemente firmes, los suficientemente amplias, la visión del otro tendría un hueco donde ser incluida. Si tengo que defender la mía para que la del otro no se imponga, o si necesito la suya para apoyarme en ella, entonces es que me estoy parando en un mirador muy limitado.

Ojo, limitado no quiere decir malo, quiere decir que hay otros más amplios. La visión limitada, el criterio particular tiene sus ventajas, tiene su riqueza de matices y no es necesario desdeñarlo. La capacidad de tener una perspectiva propia es exquisita, en especial cuando esta puede combinarse, ajustarse y ampliarse a través de otras. Cuando puede aprovecharse como un aporte único pero que no necesita ser EL único, una visión exclusiva pero que no necesita excluirse ni excluir a las demás. La combinación de lo propio y lo ajeno, de lo particular y lo global, de la parte con el todo, es lo que hace verdaderamente interesante este ver, verdaderamente rica esta experiencia. Esta es una lección para toda la vida.

Guarda un espacio para tu visión, pero no te defiendas de las otras. Tu visión es un tesoro, pero es para compartirlo. Y no te preocupes, nadie necesita robarlo, todos tenemos uno. Y uno formamos entre todos, cuando abrimos la perspectiva de nuestra verdad.


VER DAD.

Dad el ver.

No lo impongáis.

No os encerréis en él.

No lo creáis solo vuestro.

No os lo guardéis.


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¿Qué me dices? ¿Ya habías descubierto tus gafas? 
Y si no, ¿estás dispuesto a partir de ahora a probar y quitártelas? 


Me encantaría leer tu visión en un comentario.

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4 comentarios:

  1. No le sobra ni una coma. Qué maravilla ver tan bien expresado lo que uno piensa. ¿Será porque es mi verdad? :) Gracias.

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    1. Muchas gracias, Alberto. Lo que sucede es que al quitarnos las gafas es mucho más fácil ver una realidad común. Las perspectivas particulares, al fin y al cabo, se integran en una gran perspectiva global. Muchas gracias por tu apertura. :)

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  2. Quien necesita la verdad?? Tu yó real o tu ego, está claro que el real tiene por si mismo una visión más clara y amplia en la que entra toda la gama de colores y el ser consciente de ello te hace posible no tener que usar dichas gafas, un abrazo, y mucha presencia.

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    1. Así es, Gerardo. Muchas gracias por leer y por compartir tu perspectiva.
      ¡Un abrazo de vuelta!

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