gracias por estallar los espejos en los que no quería verme
y clavarme púa a púa todos mis reflejos.
Gracias por encenderme el hambre y apagarme los fogones,
para que aprenda a comerme la vida en crudo.
Por los espacios de ti aprendo a vivir de prestado,
cediendo terreno, mordiendo el musgo de mis labios.
Respiro por las grietas que todavía me duelen,
apuro el instante de convertirme en humo.
Sí, sólo sí, es mi única potestad,
y es todavía un sueño del que me cuesta despertar.
Soy esa que me sueña.