"Es que Fulanito me estaba provocando"
"Es que mira lo que me dijo"
"Es que mira lo que hace"
"Es que ¡con mi madre no se mete nadie!"
¿Cosas de niños? ¿Frases que suenan en un patio de colegio? Podría ser... Pero también podría ser una conversación entre compañeros de trabajo, entre cuñados... Entre adultos, para ir al grano.
Continuamos siendo como niños, que justifican su comportamiento juzgando el del otro, porque realmente, en el fondo, ni siquiera nosotros mismos comprendemos qué es lo que mueve nuestras acciones. Reflejo de ello son también el famoso "yo soy así", o el archiconocido "y tú más", incluyendo su versión "empezaste tú".
Esto puede esbozarnos una sonrisa, o desencadenar incluso una carcajada, si caemos verdaderamente en lo absurdo de todo esto, pero si observamos el modo de vida al que nos encadena este tipo de mecanismos, la cosa se pone un poco más seria...
Tiene que haber otra forma de enfrentar las cosas, tiene que haber alguna manera de salir de esta "infancia emocional", ¿no?
Cuando uno se va adentrando en su proceso de autoconocimiento, uno de los pasajes que le tocará atravesar es el de reconocer los propios automatismos. Aunque no suena muy apetecible en principio, es muy revelador descubrir que en muchos de nuestros comportamientos subyace una dinámica robótica, y que gran parte de nuestro actuar a lo largo de la vida ha sido y sigue siendo de este tipo. Dicho de otro modo:
La mayoría de nuestras acciones son, en realidad, reacciones.
Si te fijas, de esto es de lo que estamos hablando realmente cuando justificamos nuestro comportamiento con frases como las de arriba, de que eso que hicimos fue realmente un rebote, una respuesta automática ante un estímulo que recibimos del exterior.
Está muy bien reconocer esto, pero lo que no es muy saludable es utilizar esto para escaquearnos de nuestra responsabilidad. Es fantástico reconocer que, de haberlo decidido conscientemente, no lo habríamos hecho así, pero esto no nos ayuda realmente a resolver nada. La prueba está en que los conflictos se suceden y muchas veces tienen una pinta muy parecida a los de siempre, ¿verdad?
En su día surgió naturalmente en mí una estrategia de observación de estas dinámicas. Es un ejemplo muy gráfico que, a la vez, puede ser utilizado como herramienta psicológica. Se trata de la metáfora de los botones.
Se podría decir que los seres humanos estamos llenos de botones o teclas. Puedes imaginar estos botones en tu cuerpo (en la ilustración tienes un ejemplo), aunque estamos hablando de algo más sutil, como ya habrás notado.
Estos botones estarían conectados a nuestros pensamientos, emociones y por supuesto al cuerpo físico, formando un circuito, de forma que cuando alguien presiona una de esas teclas, se dispara en nosotros la reacción correspondiente. Igual que cuando en nuestra casa presionamos el interruptor se enciende la bombilla, o igual que cada letra en el teclado del ordenador escribe esa misma letra en la pantalla.
¿Qué se nos dispara a nosotros cuando nos pulsan los botones?
La respuesta para esto es muy amplia. Puede ir desde un recuerdo doloroso, tristeza, ansiedad, ... que puede que nos guardemos para nosotros, hasta reacciones más visibles: enfado, gritos, insultos, e incluso agresiones físicas.
El aspecto de nuestra vida en el que con mayor claridad podemos ver el funcionamiento de esta mecánica es en los conflictos personales, y puede que sea también, muy probablemente, donde primero nos interese aplicarlo.
Pero no lo podremos aplicar si no estamos dispuestos a ser humildes y a hacernos totalmente responsables de nuestra vida.
En nuestra ignorancia, al no haber conocido otra forma, nos parece que las estrategias infantiles de echar balones fuera, son lo más cómodo. Pero ni siquiera esto es cierto, y cualquiera que haya probado, aunque sea por un pequeño lapso de tiempo, a hacerse cargo de lo que le ocurre, se da cuenta de lo denso que es realmente lo que entendemos por "normal".
Por otra parte, sería interesante comenzar a distinguir entre lo normal y lo que queremos realmente para nosotros. No por ser normal es necesariamente saludable, o simplemente agradable para uno. Pero esto ya sería tema para otra ocasión.
Retomando lo que nos atañe, ¿cómo lo hacemos? ¿cómo comenzamos a hacernos más conscientes de lo que nos mueve? ¿cómo dejar de ser tan reactivos?
Es tan simple como observarse a uno mismo. Ojo, que aquí nadie está diciendo que al principio resulte fácil, de hecho, las primeras veces, y quizás muchas de las siguientes, lo más probable es que volvamos a caer en las proyecciones de siempre. Es necesario estar muy centrado, muy convencido de lo que uno está haciendo, y para muchas personas este interés no aparece hasta que han llegado a niveles muy extremos en su conflictiva.
Este convencimiento, estas ganas de cambiar, de realmente tomar las riendas para salir del conflicto, serán el mástil al que podamos agarrarnos para atravesar esta tempestad. Porque cuando nos pulsan un botón se moviliza una cantidad de energía que puede llegar a ser muy elevada, dependiendo de la tecla que se trate y de la codificación que nosotros tengamos asociada a ella. Seguramente todos hemos tenido alguna vez reacciones desproporcionadas y las hemos presenciado en los demás. A veces una simple palabra, un simple gesto, puede detonar una gran explosión. Esa movilización es la que tenemos que empezar a observar. La energía aumenta hasta el punto que se nos hace insoportable, y ahí es cuando generalmente sucede la reacción, como una forma de soltar esa tensión.
Quizás al principio, como digo, no seamos capaces de observar los mecanismos antes de que ocurran, o la energía que se mueve es tan grande que finalmente sucede la explosión. Si esto es así, podemos observarlo "a toro pasado", detenernos a mirar qué es lo que ha desencadenado esa reacción, paso a paso.
Si examinamos con calma, antes o después nos daremos cuenta de un punto en el que algo nos ha dolido, nos han dado en un "punto débil". Bueno, ya podemos reconocer entonces que ahí tenemos un "botón". Es un botón que está siempre disponible, que cualquiera puede pulsar y desencadenar un comportamiento que excede nuestra capacidad de control. Es decir, estamos a expensas del entorno, cualquier estímulo puede dominarnos.
Mientras tengas botones, cualquiera los puede pulsar.
Esto, como todos sabemos, nos lleva a ver la vida como un peligro constante, en el que en cualquier momento podemos perder la tranquilidad y convertirnos en un monstruo que no reconocemos. Todo para defendernos, todo para dejar claro que "aquí no se toca".
Pero, ¿qué sucede? Que cuanto más uno se protege, más ataques recibe. Y no es que el mundo sea un lugar hostil, o que el ser humano sea malo, es que si uno está lleno de botones, incluso al darle un abrazo le van a pulsar alguno, ¿no?
Aquí es donde entra nuestra responsabilidad. No se trata de pedir a los demás "no me toques los botones", ( aunque puede ser un guiño simpático si la otra persona sabe de qué hablas. ;) ) sino de yo comenzar a mirar donde los tengo.
Si tengo en mi interior una bomba que cualquiera puede detonar, la responsabilidad no es del que viene y la detona, es mía.
Al principio, como decíamos, será una observación a posteriori, como de policía científica, analizando la "escena del crimen", repasando los cascotes que han quedado tras el estallido, hilvanando el transcurrir de los sucesos... pero esta toma de consciencia nos abre la puerta a que cada vez podamos detectar con mayor antelación la activación del circuito. De esta forma podremos drenar la energía sin ser movidos por ella, a través de la respiración, a través de la observación, a través de darle espacio para expresarse por otros cauces.
Entonces uno se da cuenta de que nadie puede hacerle daño, sino que uno se hace daño al interactuar con los demás, por tener esas "teclas" operativas, dejando de esta forma que, ya no sólo el propio comportamiento, sino también el bienestar, la autoestima, la tranquilidad... dependan de los demás, ya sea que estos tengan intención de activar nuestro "lado oscuro" o no. De hecho, las personas con las que tenemos conflictos más grandes son habitualmente las que tenemos más cerca. Éste es también un buen punto sobre el que detenerse para decidir dejar de dañar y sentirnos dañados por los que más queremos y nos quieren.
Examina tus botones, y verás como pierden fuerza. A medida que vayas tomando consciencia y responsabilidad, cada vez la energía movilizada será menor, hasta que desaparezca. Podrás desactivar la bomba a tiempo.
Podrás reírte (interna o externamente) y llenarte el pecho de aire, tranquilo, mientras alguien pulsa ahí donde antes hubieses saltado como un resorte. Te darás cuenta de que lo que parecían los problemas más grandes quizás sólo eran rabietas infantiles. Entonces sí, podrás elegir, y verás como el amor por fin encuentra su cauce. Verás como dejas de verte poseído inesperadamente por ese monstruo incontrolable. Verás como por fin puedes amar a quien amas.
Suena bien, ¿verdad? Pues sólo está en tu mano.
Todo esto me recuerda también a una frase que escuché en su día, y que tampoco viene mal tener presente...
"¿Qué prefieres, ser feliz o tener razón?"
De esto justamente estamos hablando, y de hecho todo conflicto encuentra ahí su salida.
¿Cuál es tu elección?
Si quieres leer más acerca de este concepto aplicado a la motivación, puedes leer: Motivación: el arte de "tocarse los botones" a uno mismo.
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